El libro analiza la evolución de los sistemas monetarios desde el Patrón Oro hasta las crisis recientes, mostrando cómo los cambios en la economía global han transformado las estructuras financieras internacionales. El Patrón Oro, adoptado formalmente por Inglaterra en 1819, establecía que las monedas estaban respaldadas por reservas de oro, lo que permitía mantener tipos de cambio fijos y estabilizar precios internacionales. Este sistema, impulsado por la hegemonía económica británica y adoptado por otras potencias como Estados Unidos en 1900, comenzó a declinar con la Primera Guerra Mundial, cuando los países beligerantes imprimieron dinero no respaldado para financiar sus gastos, generando hiperinflación en algunos países como el caso de Alemania.
La hiperinflación alemana de 1923 es un caso emblemático de cómo las decisiones políticas y económicas pueden llevar al colapso total de una economía. Barry Eichengreen analiza este fenómeno desde la perspectiva de las reparaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles y la ocupación del Ruhr, las cuales generaron un entorno insostenible para Alemania. En este contexto, la emisión masiva de dinero fue el único recurso disponible para afrontar las deudas externas, lo que provocó una pérdida total de valor del marco alemán. Milton Friedman, desde otra óptica, señala la falta de control sobre la política monetaria como la causa principal de la crisis, subrayando los riesgos de imprimir dinero de forma descontrolada. Por su parte, Niall Ferguson añade una dimensión social y psicológica, destacando cómo la pérdida de confianza en el marco alemán no solo tuvo consecuencias económicas, sino que también facilitó el ascenso del totalitarismo en Alemania. Este colapso financiero demuestra los riesgos de políticas irresponsables, así como la necesidad de sistemas monetarios más resilientes, como los propuestos por Keynes con el Bancor, que buscaban evitar la inestabilidad global y sus devastadoras repercusiones. Finalmente, en 1925, fue reemplazado por un sistema basado en lingotes de oro, donde solo grandes cantidades podían ser convertidas en billetes.
Tras la Primera Guerra Mundial, durante el periodo entreguerras (1918-1939), Europa quedó devastada y sumida en una crisis económica y social, mientras que Estados Unidos emergió como la principal potencia mundial gracias a su capacidad para abastecer a los países europeos durante el conflicto y dominar los mercados internacionales.
Los Felices Años 20 trajeron un periodo de bonanza caracterizado por el aumento del empleo, los salarios y el consumo. Sin embargo, problemas como la sobreproducción industrial y agrícola llevaron al colapso de las bolsas el 24 de noviembre de 1929, conocido como el Jueves Negro, que desató una crisis económica mundial. Ante esta situación, John Maynard Keynes propuso en su obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero un enfoque económico basado en la intervención estatal, el aumento del gasto público y políticas fiscales expansivas. Estas ideas influyeron en el New Deal de Franklin D. Roosevelt, que logró reactivar la economía estadounidense y marcó un cambio de paradigma en la gestión económica.
En 1944, con el objetivo de crear un sistema monetario internacional estable tras la Segunda Guerra Mundial, se estableció el Sistema de Bretton Woods, que vinculaba las monedas nacionales al dólar, y este al oro. Aunque Keynes propuso la creación de una moneda internacional llamada Bancor y un organismo para equilibrar las balanzas comerciales, Estados Unidos impuso su modelo, consolidando el dólar como la moneda de referencia. Este sistema, respaldado por las reservas de oro estadounidenses, permitió el crecimiento económico global durante décadas, pero colapsó en 1971 debido al exceso de dólares en circulación y la creciente inflación en Estados Unidos, derivada de su gasto militar en la guerra de Vietnam y sus programas sociales. La decisión de Nixon de suspender la convertibilidad del dólar en oro marcó el fin del sistema y el inicio de los tipos de cambio flotantes.
El camino hacia una unificación monetaria comenzó en Europa durante los años 60, con iniciativas como el Plan Barre en 1969 y el Informe Werner de 1970, que proponían una Unión Económica y Monetaria (UEM). Sin embargo, las crisis económicas de la época retrasaron su implementación. En 1979 se creó el Sistema Monetario Europeo (SME), con el ecu como moneda de referencia, logrando una mayor estabilidad económica. La firma del Tratado de Maastricht en 1992 definió los criterios de convergencia para los países que aspiraban a adoptar una moneda común. Finalmente, en 1999, 11 países europeos adoptaron el euro, marcando una nueva etapa en la integración económica.
Por último, el libro analiza la década de crisis entre 2006 y 2016, marcada por la crisis financiera global de 2008, que comenzó en Estados Unidos con el colapso de las hipotecas subprime y desató una recesión mundial. Grecia, enfrentada a una deuda insostenible, fue rescatada por la Unión Europea y el FMI a cambio de severas medidas de austeridad, evitando el temido "Grexit". La crisis se extendió a España, Italia y Portugal, poniendo en peligro la estabilidad del euro. El Banco Central Europeo intervino con estímulos, como la compra de bonos y tipos de interés negativos. Paralelamente, China manipuló su moneda, el yuan, manteniéndolo devaluado para potenciar sus exportaciones, lo que generó tensiones comerciales y una "guerra de tipos de cambio". Estas dinámicas reflejaron los desafíos de un sistema económico global interdependiente pero plagado de desequilibrios e intereses nacionales contrapuestos.
El autor, al final de su libro, aborda el dilema de la digitalización y el papel de los Bancos Centrales frente a las criptomonedas y los sistemas de pago digitales. Las criptomonedas, como Bitcoin, desafían la autoridad de los Bancos Centrales al operar fuera de su control, lo que plantea la necesidad de que estos emitan monedas digitales propias respaldadas por el gobierno para mantener la estabilidad financiera. La digitalización también plantea retos en la política monetaria, como la reducción de eficacia de herramientas tradicionales y la necesidad de regular los sistemas de pago digitales mientras se fomenta la innovación. Además, aunque la digitalización puede aumentar la inclusión financiera, también exige garantizar el acceso universal para evitar exclusión tecnológica.
Entre las teorías para enfrentar estos desafíos, destaca la "teoría del dinero digital soberano", que propone la coexistencia de monedas digitales de Bancos Centrales con criptomonedas bajo regulación. También se menciona la "teoría de la moneda programable", que plantea incorporar restricciones o incentivos en las monedas digitales para objetivos específicos. En un futuro digitalizado, el debate se centra en cuál de estas estrategias permitirá a los Bancos Centrales adaptarse mejor a un sistema financiero en transformación.
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